Hace ya mucho tiempo que en mi cabeza anda dando vueltas la idea de este proyecto, tomó diferentes cursos y finalmente logró concretarse en la postulación al FNDR 2% de Cultura del Gobierno Regional de Aysén. Postulé gracias al apoyo de la ONG Forestales por el Bosque Nativo y… ¡Ganamos el fondo!
¿Qué haremos?
Este proyecto busca poner en valor el patrimonio regional por partida doble, desde una perspectiva cultural y otra natural. Lo anterior será realizado mediante el análisis, sistematización y difusión del uso tradicional de la flora nativa regional en función de sus propiedades tintóreas. Así, el proyecto consiste en una investigación teórico-empírica acerca de este conocimiento tradicional, cuyos resultados serán amplia y masivamente difundidos gracias a una exhibición en el Centro Cultural de Coyhaique; La realización de talleres acerca de este tema tanto en la capital regional como en localidades aisladas de la región; El desarrollo de una página web en la que se exhiba el proceso de investigación; La publicación digital de un libro en el que se evidencien los principales hallazgos de la investigación y que estará disponible para ser descargado desde cualquier parte del mundo; La presencia de este documento en su versión impresa en las 20 bibliotecas regionales; Además del desarrollo de un exhaustivo plan de medios que logre visibilizar esta iniciativa tanto a nivel regional como nacional.
¿Por qué lo haremos?
Las propiedades tintóreas de las plantas, que dicen relación con su capacidad pigmentaria, se encuentran en forma latente en la flora y se han manifestado sólo en la medida en que el los seres humanos han estimulado a la planta gracias a una determinada técnica, la que ha sido transmitida de forma oral, de generación en generación, entre los/as artesanos/as. El conocimiento y uso, por parte de los habitantes de esta región, de las plantas que constituían y constituyen su entorno, ha generado una relación particular con el mismo. Así, este conocimiento y uso cimentan el valor que para el habitante de la región tienen hoy en día las diferentes especies que conforman las comunidades naturales de Aysén. De la misma manera, su uso es parte constituyente de la cultura e identidad regional. Particularmente, el uso colorativo de las plantas cobra especial sentido en una región tradicionalmente rural y dedicada a la ganadería, donde existe una alta producción de productos textiles, en la que el turismo rural se ha vuelto una importante actividad y, sobre todo, cobra especial interés en vista de la riqueza ecológica de Aysén.
Teniendo en cuenta el vacío anterior, en esta iniciativa se pretende analizar, sistematizar y difundir el uso tradicional de la flora nativa regional en función a sus propiedades colorativas. Trabajando desde un conocimiento patrimonial de transmisión oral y también desde una perspectiva científica botánica, se entregará una investigación de calidad que logre poner en valor el patrimonio tanto cultural como natural de la región a nivel local, nacional e internacional.
Esta iniciativa se vuelve fundamental en la medida que en la actualidad la flora nativa y su biodiversidad, se ve gravemente amenazada por una sociedad que no le asigna su debido valor y uso (Díaz et. al. 2010) Ello tiene como consecuencia una evidente y progresiva depredación de ecosistemas como los que existen en la región de Aysén, además de mermar conocimientos y prácticas tradicionales, es decir, afectan el patrimonio que se pretende salvaguardar. Es por ello que, mediante este proyecto, se pretende aportar en el conocimiento biológico de las especies vegetales develando el uso tintóreo de las mismas, permitiendo así una integración armónica con el entorno y la historia oral regional.
En términos históricos, es importante destacar que la experimentación de la tintura en base a la flora nativa ha sido una práctica amplia e históricamente desarrollada en América Latina y Chile[1] de manera conjunta a la elaboración misma del tejido. Como establece Baixas (1980), al crear el hombre el tejido vio que además de usar la textura podía decorarla con uno o varios colores; así, el color y el tejido están unidos por el enlace de la tintura con la fibra, realzando aquella la estructura de ésta. Según investigaciones previas realizadas por la responsable de este proyecto, la Patagonia no ha sido la excepción. Sus pobladores/as han experimentado, hasta la actualidad, con la riqueza y diversidad de especies que colman su entorno[2]. Han trabajado con árboles, arbustos, plantas trepadoras, helechos, hierbas, líquenes, hongos, musgos y hepáticas nativas, algunas de las cuales fueron señaladas por sus antepasados, pero también han experimentado con otras especies no nativas introducidas en el territorio.[3]
Sin embargo, el mundo vegetal no ha sido en la región la única fuente de color, ya que el uso de tintes artificiales, conocidos como anilinas, es también una práctica extendida. A pesar de su reciente invención a nivel mundial, pensemos que recién en 1856 el químico inglés William Perkin descubrió el primer colorante sintético[4], su uso se arraigó rápidamente en la tradición textil de la zona sur. Tanto así que textiles mapuches hoy considerados como absolutamente tradicionales se constituyen gracias al uso y contraste de la lana blanca y la lana teñida con anilina negra (Alvarado, 1998). Así, esta práctica de teñido artificial llegó a la Patagonia junto con el tejido y los colonos, transformándose en una importante alternativa de coloración. Sin embargo, debido a las características geográficas de aislamiento de esta zona, las artesanas han destacado que no resultaba simple ni constante el acceso a las anilinas, que hacían tanto más fácil y rápido el proceso de teñido. Probablemente fue esta escasez junto con la tradición tintórea propia de los lugares originarios de los primeros colonos, la que generó que antiguamente se experimentara e indagara acerca de las posibilidades otorgadas por plantas de la zona. Generalmente se trabajaba con plantas también presentes en los lugares de origen, como el uso de la nalca o Gunnera tinctoria, especie presente tanto en Chiloé como en Aysén. Sin embargo, lamentablemente esta práctica vivió un adormecimiento durante la década de los setenta y ochenta, para resurgir nuevamente en los noventa de la mano de importantes proyectos de valorización del bosque nativo y sus productos no madereros. Casi simultáneamente a este adormecimiento, se experimentó un acercamiento al mundo de los tintes artificiales a partir de una iniciativa de revalorización estética de los tejidos ayseninos[5].
En las localidades que permanecieron más apartadas, sin embargo, se ha constatado que el teñido con extractos naturales no ha decaído. Así, en localidades como Villa Río Encuentro (Provincia de Palena), las mujeres nunca dejaron de descortezar un radal (Lomatia hirsuta) para obtener el café oscuro o hurgar entre las raíces del michay (Berberis buxifolia) para poder lograr el amarillo. Las artesanas de Puerto Ibáñez en tanto, recuerdan nunca haber dejado esta práctica.
Lo anterior se ha visto reforzado pues hoy en día existe, entre las artesanas, conciencia del valor comercial que tiene el trabajo textil realizado en base a tintes naturales. Los compradores, especialmente los turistas, prefieren adquirir piezas que han sido teñidas con productos locales, lo que se constituye en un incentivo[6] para perpetuar esta práctica por parte de estas mujeres. Junto con ello, en la actualidad las artesanas destacan que el uso de yuyos (nombre que se usa comúnmente para hablar de plantas con usos tradicionales como el teñido) resulta ventajoso desde una perspectiva económica, técnica y también estética.
“El artesano le gusta ir experimentando, probando colores […] El teñido natural es más firme, trabaja más uno pero se logra un color más lindo y verdadero, no se va en gasto uno con lo natural” (Audolía Muño Muño, Artesana de Puerto Ibañez, 2009)
Estos antecedentes evidencian que en la región esta práctica ha existido tradicionalmente, siendo transmitida de manera oral e intergeneracional entre las artesanas, constituyéndose así en parte importante del patrimonio cultural inmaterial regional. Por otro lado, en el trabajo en terreno realizado, resulta evidente el interés que existe entre las artesanas de conocer y perpetuar esta práctica. En este interés, cobra especial importancia el desarrollo de la habilidad para sistematizar el proceso de teñido y lograr así saber las “recetas” adecuadas para la obtención de ciertos colores o tonalidades.
“A mí me gusta hacer experimentos, teñir con, pero esto me pasó a mi como la Flora es más viejita, Flora le digo yo porque, ella me dice que una vez por ejemplo saqué un verde, un verde catita y me faltó para el tejido, quise sacar el mismo verde con hierbas naturales y no lo pude sacar, y fui a conversarle a la Flora, y me dice la Flora que a ella le pasó lo mismo saqué un verde, con tal hierba, y no lo pude sacar más, lo mismo me pasó a mi […] según creencias antiguas como la Flora ya tiene sus años, dice que de acuerdo a la época, a la época en que estamos, porque muchas veces dicen, hay personas que dicen no que tienen que ver si la luna está no sé cuántos metros para arriba, pero algo tendrá que ver poh, no sé, pero uno pensando y viendo las cosas, y haciendo, si po, influye harto. (Audolía Muño Muño, Artesana de Puerto Ibañez, 2009)
Sin embargo no existe, a nivel regional como tampoco nacional, una iniciativa que haya sintetizado y sistematizado los conocimientos asociados a esta práctica. Aunque durante los últimos años han proliferado iniciativas abocadas a la difusión del uso de tintes naturales no existe en la XI Región de Aysén, ni en Chile, una iniciativa que desarrolle sistemática y profundamente esta práctica. Nos encontramos sólo con guías de campo que aluden sucintamente a las propiedades tintóreas de las especies nativas chilenas (Hoffmann, 1997; Riedemann, 2003; entre otros) así como estudios que aluden este tema desde perspectivas antropológicas (Alvarado, 1998; Mege, 1990; Osorio, 1998; entre otros) o iniciativas pequeñas de ONGs como la Fundación CholChol, que hacen un esfuerzo por resumir las especies más utilizadas. Sólo es posible encontrar un esfuerzo por sistematizar esta práctica en Teñidos Vegetales (Baixas y Phillipi, 1975) donde se aprecia un acercamiento más sistemático y completo al tema. Sin embargo, en este libro práctico, no se hace hincapié en el origen de las plantas, es decir, se trabaja tanto con especies introducidas como nativas.
[1] Para más información acerca del uso de flora nativa por parte de pueblos que antiguamente habitaron Chile consultar Baixas (1980), Baixas y Phillipi (1975) Garmendia (1968), Joseph (1931), Cervellino (1979), Alvarado (1998) Se adjunta en un apartado la bibliografía completa.
[2] Ver Mekis y Naranjo (2011), Osorio (1998), Mekis y Osorio (sp)
[3] Resulta importante destacar que también era, y es, muy popular el uso de la lana en su estado de color natural, aprovechando los matices y tonalidades ofrecidos por la oveja.
[4] Revisar La invención del color de Heinrich Ball (2004)
[5] Esta iniciativa se desarrolló en 2000 y fue apoyada por CONAF y GTZ. Ella permitió incorporar anilinas exclusivas para lana de oveja de Aysén, cuyos colores fueron seleccionados por las artesanas participantes del proyecto. Con el tiempo dichos tintes se han hecho populares en la región y las artesanas encargan partidas regularmente a los distribuidores ubicados en Coyhaique.
[6] La racionalidad estratégica del artesano es un tema desarrollado por Del Villar y Mekis (2009)